
Belén
Comencé con mucha ilusión en septiembre de 2014 como voluntaria en el Hospital Infantil Niño Jesús. No era la primera vez que hacía un voluntariado, anteriormente había colaborado con Soñar Despierto en actividades de Navidad con los niños en la Universidad Complutense de Somosaguas, pero nunca con niños enfermos de cáncer.
Este voluntariado consiste en ir cada quince días al Hospital Niño Jesús a las plantas de oncología infantil. Nuestra actividad se basa en jugar con los niños, hacerles reír y pasar una buena tarde dentro del Hospital. Es fascinante hacerles compañía tanto a ellos, como a sus familiares, hermanos y padres.
Es una labor muy importante, preciosa y dura a la vez. He aprendido a apoyar desde el silencio, simplemente con el estar ahí en la habitación con ellos. He aprendido a escuchar a los niños que cada día me enseñan algo nuevo. Y he aprendido a centrar toda mi energía en jugar y en disfrutar con ellos cada tarde de Domingo.
Recuerdo el primer día de voluntariado. La primera vez iba nerviosa, mi coordinadora me acompañó de habitación en habitación para enseñarme cómo se le pregunta a los niños si querían venir a jugar con nosotras. Recuerdo cómo me impactaron las sillas de ruedas , las vías puestas en el cuello o en los bracitos tan pequeños de algunos niños, las máquinas con suero y medicación… Pero en seguida te acostumbras, ¡ellos lo tratan con tanta normalidad!
Ellos mismos te hablan de la enfermedad, de sus pelucas, de su medicación, de sus rutinas en el hospital … y lo dicen con tanta naturalidad. En este voluntariado me he dado cuenta que a pesar de estar enfermos son niños y como niños que son quieren jugar.
Son más inteligentes que los mayores. No se quedan en el “estoy enfermo” ni lo tratan como un tema tabú, van más allá. Ríen, lloran, se enfadan, sueñan, y quieren pasárselo bien. Y lo más importante: no quieren que les tratemos como si fueran especiales, quieren ser uno más.
Los niños nos agradecen con sus sonrisas cada taller y cada juego.
La primera niña con la que jugué se llamaba Alicia y tenía 7 años. Estuvimos durante dos meses jugando: hicimos pulseras con cuentas, dibujos y talleres de manualidades. Aún guardo en mi monedero la pulsera que me regaló. Es una de las niñas con la que más he disfrutado. Ella comenzó su tratamiento de quimioterapia justo cuando yo empece a ser voluntaria. Entramos nuevas al Hospital al mismo tiempo. Fue una experiencia increíble, compartió conmigo sus miedos y dolores físicos, pero lo que más me lleno fue que se acordara de mí. Hubo un Domingo que no pude ir al Hospital porque tenía un catarro enorme y no pude ir. El domingo siguiente cuando fui Alicia estaba enfadada porque me había estado esperando para jugar el domingo que falté. En ese momento me di cuenta de lo importante que éramos para estos niños. Su mayor ilusión de los domingos era que veníamos nosotros a jugar con ellos.
Me hizo tanta ilusión cuando Alicia me contó todo lo que había hecho esa semana en el Hospital y las ganas que tenía de jugar. Alicia ya tenía pensado a qué quería jugar y qué manualidades quería hacer, el tipo de pulsera que quería que hiciéramos juntas. Aquí una foto de las primeras manualidades que hicimos juntas.
Desde el punto de vista vivencial me llevo todo. No sé muy bien cómo explicarlo.
He aprendido a tratar el tema del cáncer como algo cotidiano y normal. Con todo lo que eso supone. He aprendido a crecer en el dolor de la enfermedad. A ver más allá de la enfermedad. He aprendido a estar en silencio, y a acompañar desde la presencia sin la palabra. He aprendido a escuchar y legitimar la tristeza y el dolor de los otros. He aprendido a minimizar mis preocupaciones, valorar las pequeñas cosas.
He aprendido que el dolor es pasajero, que nadie se queda estancado en el dolor. Que se puede hablar del dolor de la quimio y luego jugar. Que hay tiempo para todo en esta vida, que hay que respetar el ritmo de cada niño y acompañarle siempre desde el respeto.