
Cristina G.
Os pongo en situación:
Oliver se encuentra en pleno ciclo, ingresado en la Paz, y Blanca, enfermera de la planta, con su mejor sonrisa y su más que buena voluntad, me dice ¿No le gustaría a Oliver ir a pasar unos días a Santander con la funda…? Hacemos un montón de actividades y van muchos niños y niñas… bla bla bla y yo (madre de Oliver) como si hablasen en arameo…¡¡no entiendo nada!! ¿Pero esta chica sabe lo que dice!?…Como voy a dejar a uno de mis cuatro bienes más preciados en las condiciones tan delicadas que está, separarse de mí más de 2 minutos…
Cuando siento a mi lado unos ojos como platos y una vocecita que me dice: ¿puedo ir mamá? Por favor. Y mil peros se amontonan en mi cabeza, el pánico se apodera de mí y contesto en ese mismo instante… y ¿por qué no?
No soy muy dada a expresar mis sentimientos, sólo cuando considero que la ocasión lo merece. Y ésta es una de las pocas veces en las que en mi opinión ¡Vaya si lo merece! Pondré en una balanza lo que ésta experiencia significó para mí:
Por un lado estaba el miedo y por el otro la contagiosa ilusión de Oliver, la admiración hacia los y las voluntarias, la alegría y seguridad que transmiten al niño, la diversión y esa alegría que todavía le dura y le dibuja una sonrisa en la cara cuando recuerda algo que vivió esos días en Santander.
Mil gracias a todos y a todas las que hacéis esto posible. Mientras haya una sola persona en el mundo como vosotros, mi fe en el ser humano se mantendrá firme como una roca.